El jazz y la Cultura Afroamericana
 
  Home
  Historia del Jazz
  Los negros y el jazz
  El jazz y los negros en el arte
  => Poesía
  => Cine
  Fotos
  Contacto
  Libro de visitantes
Poesía

 

“La perspectiva de Federico García Lorca acerca de los Negros”
 
 
            Los negros norteamericanos en la primera mitad del siglo XX, llamaron muchísimo la atención a algunos extranjeros, entre ellos al escritor español Federico García Lorca. Si bien Lorca en sus poemas no toma el tema del jazz, si habla de los negros urbanos y, en particular, de los de Harlem, por lo que sus escritos nos sirven para comprender desde una sensibilidad particular a los personajes que estamos analizando. A continuación presentaremos los poemas que dedica Lorca a los negros en su poemario “Poeta en Nueva York”.
 
Federico García Lorca se interesa por los grupos considerados marginales por la sociedad, en particular por los negros. A nuestro parecer, el interés de Lorca por este grupo nace de su identificación con ellos, porque al igual que él son desadaptados sociales, segregados, pero a la vez automarginados, ya que frente al desprecio externo prefieren vivir en su propio mundo. En este aislamiento se desarrolla una cultura y una forma de vivir distinta, caracterizada por lo primitivo y lo pasional. Son estos rasgos los que atraen a Lorca, viendo en el mundo negro un espacio de libertad para lo que el resto de la sociedad pone límites. Por eso hace un llamado a este grupo para que no se deje oprimir ni influenciar por los blancos, pero sobre todo, que no deseen ser distintos a como son.
 
 
            Uno de los primeros rasgos que llaman la atención en sus poemas acerca de los negros tiene que ver con la idea de algo que está oculto, que no se quiere ver por los demás, pero que por mucho que se niegue existe. Para esto García Lorca utiliza la figura de la luna, que si bien es una constante en sus obras, relacionada en general con los conceptos de muerte y vida, en este caso puede ser interpretada desde otra perspectiva. Es una luna que se caracteriza por tener un lado oscuro que no se ve y, por lo tanto, pareciera no existir. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se va revelando, para luego desaparecer de nuevo. Este lado oscuro de la luna es el mundo de los negros, desconocido e incluso tapado por los blancos, pero que aunque no se vea está presente y de vez en cuando se manifiesta en su totalidad, demostrando que su diferencia con el lado blanco es una invención. Para reforzar esta idea utiliza también la metáfora del “eclipse oscuro” (Lorca, 65), o sea, lo blanco que desaparece frente a lo negro.
Otra metáfora que utiliza para esta idea de algo que está oculto es la que dice “tu violencia granate sordomuda en la penumbra” (Lorca, 65). Lorca refuerza una idea de por sí potente con otra que apunta a lo mismo. En este caso nos habla de un conflicto que ni se escucha ni se comenta y que se encuentra en las sombras, o sea, que tampoco se ve. Sin embargo es algo que está ahí, aunque nadie quiera notarlo.
García Lorca también plantea que “el olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo” (67). Con esto hace referencia a la mirada única que se hace de la realidad, la cual está definida por un grupo, pero que deja afuera a los demás. Está la necesidad de una nueva mirada en la sociedad. Estas tres gotas de tinta son el conflicto negro que apenas logra hacerse notar por el mundo blanco que es el de las decisiones.
 
            Por otro lado, en la poesía de García Lorca hay una verdadera exaltación del carácter pasional y primitivo de los negros. El poeta español nos habla de estos hombres que “con la ciencia del tronco y el rastro llenan de nervios luminosos la arcilla” (Lorca, 63), en otras palabras, de cómo las técnicas primitivas con las que trabajan generan una belleza inmensa y un arte particular. Nos habla también de “la amarga frescura de su milenaria saliva” (Lorca, 63), o sea, de cómo se renueva lo agradable de este pueblo, que posee una antigüedad admirable. Dentro de esta antigüedad de los negros Lorca se refiere a “un viento sur” (66), que puede ser tanto el influjo del continente africano mismo como el de los estados del sur de Estados Unidos, lugar donde trabajaban la mayoría de los negros esclavos durante el siglo XIX y antes, en las plantaciones de azúcar. Este viento sur lleva consigo “colmillos, girasoles, alfabetos y una pila de Volta con avispas ahogadas” (Lorca, 67). Este es el aporte distinto y novedoso de los negros, antiguo e incluso primitivo, pero de una cultura muy valiosa. También hace referencia a lo que se perdió en el camino, los elementos culturales que no pudieron sobrevivir desde África hasta América, estos se ven en el símbolo de las avispas ahogadas, que no pudieron adaptarse.
            En su poema titulado “El rey de Harlem” es muy explícito el carácter absolutamente primitivo de los negros. Para Lorca éste es un rasgo positivo, sin embargo, su primera descripción para alguien que no comparta esta perspectiva parece más bien aludir a un barbarismo. Parte diciendo “Con una cuchara arrancaba los ojos a los cocodrilos y golpeaba el trasero de los monos” (Lorca, 64), una imagen muy violenta, que habla de castigos y además de injusticias, ya que es un abuso a animales. Otra imagen que muestra esta crudeza es la de los niños machacando pequeñas ardillas (Lorca, 64). Se refiere a una pasión que es violenta y frenética, y sobre todo, intrínseca, la cual se manifiesta desde muy pequeños.
            En el mismo poema García Lorca nos habla de la “sangre furiosa por debajo de las pieles” (66), una pasión persistente que busca una forma de salir, que está en constante movimiento al interior de estos personajes.
           
Destacan muchísimo las palabras que utiliza el poeta para referirse a los negros y a los blancos. Va repitiendo las mismas metáforas en sus poemas, donde utiliza animales u objetos para referirse a las distintas personas según su color de piel. Por ejemplo, nos habla de “el conflicto de luz y viento en el salón de la nieve fría” (Lorca, 63), es decir, del conflicto entre negros y blancos en un contexto dominado por los segundos. También se refiere a los blancos como el “pañuelo exacto de la despedida” (Lorca, 63), idea que muestra la imagen estereotipada de un pañuelo blanco al viento, jamás de otro color. Aún cuando no menciona el dato del color, la imagen mental que nos crea lo revela.
Unas referencias a negros y blancos que llaman muchísimo la atención son las de motivos marinos, los corales y la tinta. Estos dos elementos aluden directamente a dos colores muy marcados, son corales blancos y tinta negra. Es increíble la capacidad de Lorca de buscar distintas metáforas para dar una riqueza mayor a sus poemas, nos está hablando constantemente de un mismo tema, pero intenta no repetir sus palabras. En otras poesías habla de los escarabajos y también de topos, ambos relacionados a su color nos muestran que es una nueva forma de referirse a lo negro.
Habla también de la “transparente cigüeña de alcohol” (Lorca, 69), donde acentúa lo blanco, no sólo el animal al que alude es de ese color, sino que es tan claro que es incluso transparente. Por otro lado el animal que elige es el de la fecundidad, con esto critica lo blanco como único espacio para la creación. Además en esta caracterización particular aparece un rasgo que se repite constantemente en estos poemas, que es el alcohol, es decir, el blanco asociado al vicio.
Utiliza otros animales que simbolizan a las personas que no se definen con un color, que no son ni lo uno ni lo otro, sino una mezcla. Con esto se puede referir a los mulatos, pero también a quienes consideran que la división no debe realizarse, que todos son seres humanos y no deben hacerse diferenciaciones tan marcadas. Para esto Lorca nos habla de “la locura de pingüinos y gaviotas” (69), de este mundo confuso donde hay quienes no logran definirse y se consideran parte de dos realidades contradictorias, pero tal como ocurre en estos animales, son dos mundos que pueden convivir y crear algo bello.
 
            Exalta también la simpleza y humildad de los negros. Nos habla de la belleza que encierran los trabajos de esta gente, que son los de gente trabajadora. Nos dice “que nadie dude de la infinita belleza de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de cocina” (Lorca, 65). Sin embargo, esta humildad no es deseada sino que impuesta, incluso a los líderes de este grupo, al “gran rey prisionero, con un traje de conserje” (Lorca, 65). Un rey no debería trabajar, y menos sirviendo a otros que lo desprecian. Nos muestra una imagen de desolación inmensa, que hace pensar en qué tipo de trabajos están reservados para los demás. O sea, no es sólo humildad, sino también humillación impuesta por otros. Lorca nos propone una imagen fuerte y patética del trabajo que estos hombres se ven obligados a hacer en función de los blancos, nos habla de “los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua las heridas de los millonarios” (67).
            De lo anterior se deduce que hay en Lorca una crítica social por las condiciones de vida que el mundo blanco ha dado a los negros. Denuncia la pobreza extrema en que vivían, en donde “llegaban los tanques de agua podrida” (Lorca, 64). Esta agua se refiere no sólo a la pobreza material, sino a la constante muerte amenazante, una muerte peor que cualquiera porque es de desolación y abandono. Denuncia también la segregación y marginalización en que se obliga a estos hombres a vivir. A veces son obligaciones legales, por ejemplo no dejando comprar casas en barrios de blancos a los negros, pero otras veces es una obligación cultural, ya que el acoso y la discriminación es tan grande en la vida cotidiana que los negros prefieren irse a vivir con sus pares. Lorca hace referencia a este alejamiento espacial entre unos y otros al decirnos que “es preciso cruzar los puentes y llegar al rubor negro” (64).
Unos versos realmente tristes son los que dicen que “es necesario dar con los puños cerrados a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas” (Lorca, 65). Esta es una imagen muy explícita de la inmensa pobreza en que viven estos negros, donde un plato de porotos es más agua y aire que granos, y como si esto fuera poco, los mismos granos son pequeños. Lleva al extremo la imagen de desolación y miseria, nos refuerza la idea palabra a palabra. Dice que hay que hacer algo para que esto cambie, luchar por una vida mejor. Tampoco con la bebida les va mejor a los negros, ya que “ellos son los que beben el whisky de plata” (Lorca, 65), es decir, descolorido, de mala calidad.
García Lorca también hace referencia a la sacrificada vida de las mujeres negras, madres de muchos niños a los que no pueden mantener y muchas dedicadas a la prostitución. Un verso que expresa esto de una forma delicada y sensible, sin una condena social a esta realidad, es el que dice “las muchachas americanas llevaban niños y monedas en el vientre” (Lorca, 65).
También critica el papel de los negros en la Gran Guerra, ya que en ella los negros fueron reclutados como soldados de segunda categoría, con trabajos más riesgosos y además, segregados dentro del mismo ejército, sufriendo las humillaciones de parte de sus compañeros blancos. El poema “Iglesia abandonada. Balada de la Gran Guerra” toma este tema, siendo el hablante lírico una madre que se lamenta por la muerte de sus hijos. Ésta dice “en las anémonas del ofertorio te encontraré” (Lorca, 69), o sea, en las flores que se ponen al muerto en su funeral. Lorca ocupa la imagen del oso, para referirse a la fuerza y violencia necesaria para que los negros pudieran defenderse. La madre dice “si mi hijo hubiera sido un oso” (Lorca, 69) no le habría pasado lo que le pasó, no habría sido humillado ni muerto. El poeta denuncia los malos tratos vividos en campaña, hablando de forma cruda y directa de los abusos recibidos por cada soldado negro, “fornicado y herido por el tropel de los regimientos” (Lorca, 69).
 
Lorca llama a los negros a aceptarse como son y a optar por vivir separados de los blancos. García-Posada en el prólogo del tomo III de la poesía completa de Lorca, nos dice que el poeta español “se enfrenta a la alineación de las conciencias, comenzando por la de los negros, a los que pide olviden al hombre blanco y asuman su condición” (14).
Lorca idealiza a los negros, por ello no entiende que éstos quieran ser como los blancos. Obviamente comprende que este deseo se debe a la mejor vida que esto significaría, pero aún así considera que el negro debe asumir su origen. Por eso critica a los mulatos que intentan pasar por blancos, nos dice esto al escribir “los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco” (Lorca, 66). Les dice que se acepten como son porque nunca van a cambiar, ya que “jamás sierpe, ni cebra, ni mula palidecieron al morir” (Lorca, 67), es decir, ni siquiera la muerte hace desaparecer el estigma del color.
Una expresión que muy interesante acerca de los negros es la idea de que en ellos “no hay rubor” (Lorca, 66). Si bien alude al color de la piel, tan oscura que no deja ver el flujo de la sangre, también tiene que ver con la idea de no mostrar vergüenza, e incluso no sentirla, ya que las razones para avergonzarse se las imponen los blancos, pero ellos no tienen por qué sentir pudor por quienes son, ya que su condición es muy valiosa. 
El nombre del poema “Norma y paraíso de los negros” nos muestra la perspectiva del poeta, al decirnos que esta es la vida que les tocó a los negros por regla, pero que ésta es o, mejor dicho, puede ser una vida soñada.
Sin embargo, aunque Lorca considera que esta separación es lo mejor para los negros, reconoce que éstos ansían la compenetración con el mundo blanco. Escribe acerca de cómo los negros “aman las vacilantes expresiones bovinas” (Lorca, 63), lo que, según nuestra interpretación, se refiere a lo moteado de las vacas, que no logran definirse por ningún color, sino que necesita de ambos para constituir su identidad. Ésta es una metáfora muy hermosa en relación a la convivencia de los negros y los blancos, al proponer la acertada idea de que el mundo se compone por diversas personas y que si faltaran unos no sería lo mismo. Otra metáfora que refuerza la idea anterior es la que dice que aman “la danza curva del agua en la orilla” (Lorca, 63). La imagen que crea en la mente este verso es la de una onda, que da el mismo espacio tanto a la arena como al agua, es decir, tanto a los blancos como a los negros. Además, nos habla de elementos que se fusionan y que generan algo juntos, que crean una belleza nueva, y que separados no serían lo mismo. 
El poeta considera que el mundo está incompleto al negarse este componente del mundo negro, considera que de esta forma se pierde una belleza fundamental. Esto lo expresa de una manera muy hermosa al decir que “médulas y corolas componían sobre las nubes un desierto de tallos sin una sola rosa” (Lorca, 67).
Lorca nos muestra estos negros que desean otra realidad que la propia, la cual es constantemente amenazada por el actuar del hombre blanco. Nos habla de cómo “sueñan los torsos bajo la gula de la hierba” (Lorca, 64). La palabra torso alude a la idea de trabajo físico y esfuerzo, también de dolor y humillación. Por su parte la hierba en Lorca suele ir asociada a la idea de muerte. Por lo tanto, nos muestra esta destrucción insaciable que acosa al negro, quien sin embargo se atreve a soñar con una realidad que no sea así. Hace referencia a las trabas que se le ponen al negro desde todas partes, no sólo desde el Sur, que es el lugar que por excelencia ha sido más esclavista y racista. “A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte, se levanta el muro impasible” (Lorca, 67), que no deja pasar al negro y lo limita en espacio y posibilidades.
En cuanto a los blancos les advierte de esta realidad que está presente y que ellos se empeñan en ocultar. Les dice “es la sangre que viene, que vendrá por los tejados y azoteas, por todas partes, para quemar la clorofila de las mujeres rubias” (Lorca, 66). Les hace ver que la confrontación entre negros y blancos es una realidad. Lorca se da cuenta de que la mentalidad racista se está quedando sin argumentos, y que los mismos negros notan lo absurdo de su realidad. Por ello, el poeta se adelanta a la lucha por los derechos civiles que será una realidad durante el siglo XX, teniendo su apogeo en la década de los sesenta. Además, no es sólo una confrontación, sino que también habla de una compenetración, donde se darán instancias de fusión cultural y genética entre ambos grupos, donde la biología negra podrá más que la blanca. Irónicamente apela a la paranoia blanca diciéndoles “Hay que huir, huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos, porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse” (Lorca, 66). Es decir, esto que los blancos han mantenido tan oculto y segregado necesariamente se incorporará a la sociedad y con esto vendrá inevitablemente la mezcla, esta “huella de eclipse”, el aporte del negro. Su exaltación por el negro llega incluso a una descalificación del blanco. Lorca no hace una poesía de igualdad, sino más bien exalta a los que generalmente han sido rechazados, poniéndolos por sobre los otros. Se lamenta diciendo “¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!” (Lorca, 68), lo que nos indica la visión de los blancos que propone, como hombres superficiales, de apariencias y que, además, no piensan. Incluso llega a tanto su identificación con lo negro que olvida su condición de blanco. Reniega sus genes y se siente un negro más, “mi coral en la tiniebla (...) el mar ahogado en la arena” (Lorca, 122).
 
 
Es destacable el hecho de que este poeta fuera capaz de sentirse identificado y atraído por quienes eran despreciados por la sociedad. Presentó una mirada revolucionaria para su época, por lo que fue un aporte para la sociedad en su conjunto y para esta minoría en particular, ya que intentó que ellos mismos se vieran desde una perspectiva positiva y, de esta forma, que también los demás los aceptaran así. En este sentido, podemos relacionar la poesía de Lorca al desarrollo del jazz, ya que ambas creaciones intentaron exaltar lo negro. Sin embargo, Lorca tenía ideales más bien separatistas, mientras que el jazz permitió un acercamiento de lo negro a lo blanco, con instancias de compenetración, aunque sin lograr una unión verdadera, ya que esa es una tarea aún pendiente en la sociedad norteamericana.
 
 


 
 
 
 
NORMA Y PARAISO DE LOS NEGROS
Odian la sombra del pájaro
sobre el pleamar de la blanca mejilla
y el conflicto de luz y viento
en el salón de la nieve fría.
Odian la flecha sin cuerpo,
el pañuelo exacto de la despedida,
la aguja que mantiene presión y rosa
en el gramíneo rubor de la sonrisa.
Aman el azul desierto,
las vacilantes expresiones bovinas,
la mentirosa luna de los polos.
la danza curva del agua en la orilla.
Con la ciencia del tronco y el rastro
llenan de nervios luminosos la arcilla
y patinan lúbricos por aguas y arenas
gustando la amarga frescura de su milenaria saliva.
Es por el azul crujiente,
azul sin un gusano ni una huella dormida,
donde los huevos de avestruz quedan eternos
y deambulan intactas las lluvias bailarinas.
Es por el azul sin historia,
azul de una noche sin temor de día,
azul donde el desnudo del viento va quebrando
los camellos sonámbulos de las nubes vacías.
Es allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba.
Allí los corales empapan la desesperación de la tinta,
los durmientes borran sus perfiles bajo la madeja de los caracoles
y queda el hueco de la danza sobre las últimas cenizas.
 
EL REY DE HARLEM
Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
*
Tenía la noche una hendidura
y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre,
y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata
junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón
por las heladas montañas del oso.
Aquella noche el rey de Harlem,
con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.
Negros, Negros, Negros, Negros.
La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.
Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardos,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.
Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.
Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.
Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.
*
Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.
Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.
El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.
*
A la izquierda, a la derecha, por el Sur y por el Norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.
El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.
Negros, Negros, Negros, Negros.
Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas tumben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.
¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
 
IGLESIA ABANDONADA
(BALADA DE LA GRAN GUERRA)
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Le vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina por detrás de la luna y luego
comprendí que mi niña era un pez
por donde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas, pero las frutas tenían gusanos.
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes
y vi las cabañas de goma
donde giraban las copas llenas de lágrimas.
En las anémonas del ofertorio te encontraré, ¡corazón mío!,
cuando el sacerdote levanta la mula y el buey con sus fuertes brazos,
para espantar los sapos nocturnos que rondan los helados paisajes del cáliz.
Yo tenía un hijo que era un gigante,
pero los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo.
Si mi niño hubiera sido un oso,
yo no temería el sigilo de los caimanes,
ni hubiese visto el mar amarrado a los árboles
para ser fornicado y herido por cl tropel de los regimientos.
¡Si mi niño hubiera sido un oso!
Me envolveré sobre esta lona dura para no sentir el frío de los musgos.
Sé muy bien que me darán una manga o la corbata;
pero en el centro de la misa yo romperé el timón y entonces
vendrá a la piedra la locura de pingüinos y gaviotas
que harán decir a los que duermen y a los que cantan por las esquinas:
él tenía un hijo.
¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo
que no era más que suyo, porque era su hijo!
¡Su hijo! ¡Su hijo! ¡Su hijo!
 
 
Bibliografía:
 
 
- García Lorca, Federico. Poesía completa III. Barcelona: DeBols!llo, 2004.
 
   
Han habido 1242 visitantes (2358 clics a subpáginas) ¡Aqui en esta página!
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis